miércoles, agosto 09, 2006

 

El Carlitos de la gente


EL FENÓMENO TEVEZ


El crack nunca se olvidó de sus orígenes ni de su barrio, donde viven más de sesenta mil personas. El mismo lugar que fue bautizado con el nombre del Padre Mugica y donde hay un jardín de infantes en el cual confluyen varias culturas. La otra cara de lo que la prensa amarilla denominó Fuerte Apache.

Por Alfredo Montenegro

“Carlitos recibió sugerencias de no volver al barrio, pero esquiva esas recomendaciones. Nació acá y por eso es muy querido. Además, sus sobrinos vienen a nuestro jardín”, dijo Inés Abripa, directora del Jardín de Infantes 913 Latinoamérica, del barrio conocido como Fuerte Apache, en Ciudadela, partido bonaerense de Tres de Febrero.

“Tevez tiene muchos amigos aquí, donde aún vive su hermana. Con la banda cumbiera –Vago Piola- que formó con chicos del barrio siempre vienen a tocar, como el 25 de mayo cuando participaron de un acto. También nos firmó pelotas para rifarlas”, contó la docente.

En la década del 80, José de Zer -el siempre agitado y promotor del periodismo sensacionalista- apodó al barrio como “Fuerte Apache” tras cubrir un tiroteo frente a la comisaría. Desde entonces la prensa de los escándalos estigmatizó al lugar como el Bronx argentino, cuna y aguantadero de malandras. La Gendarmería ocupó la zona desde 2003, atrincherados en puestos desde donde custodian los límites del neoliberalismo.

Sobre la población, Inés dijo que “la cifra exacta no se sabe. El censo habla de sesenta mil habitantes en los monoblocks, además a pocas cuadras hay una villa de 200 casillas y dos mil personas”.

“Hay gente que trabaja en empresas de limpiezas, operarios, algunos tienen pequeños negocios, gente con planes trabajar y muchos desocupados”, indicó la docente. Y agregó: “también hay hombres, como algunos papás de nuestros alumnos que están detenidos”.

Pero resaltó que “luego que llegaron las tropas de gendarmes, en 2004, los vecinos formaron una Asamblea Permanente” para trabajar en la organización del barrio, de unas 35 manzanas donde se mantienen levantadas –como pueden- esas torres de varios pisos. Está habitado por oriundos de provincias norteñas y del litoral, gente trasladada de villas como la 31 de Retiro, y personas que llegaron desde países vecinos.

Liberación Padre Mugica. La historia de la barriada de Ciudadela arrancó en 1966, con la dictadura de Onganía y la pretendida erradicación de villas. En 1973 fueron edificados los trece nudos de monobloques, pensados para cobijar a unas 22 mil personas. En esa época, al llegar muchos habitantes, como gente que vivía en la villa 31 de Retiro, el barrio fue bautizado con el nombre de “Liberación Padre Mugica”, por el cura asesinado en el 74 a manos de la triple A por su compromiso revolucionario en esa barriada porteña.

Pero en 1976, los militares llegaron, persiguiendo a las organizaciones de base que se tejían en esas torres de cemento, que fueron rebautizadas oficialmente como Complejo Habitacional Ejército de los Andes.

En 1978, el intendente porteño de la dictadura, Osvaldo Cacciatore, intentó blanquear la fisonomía de la Capital Federal alejando de la metrópoli a los asentamientos irregulares. Entonces muchos de esos desplazados fueron para el barrio de Carlitos.

Pasaron los años y en 2000, la falta de mantenimiento de los vetustos edificios, llevó a las autoridades a “solucionar el problema habitacional” demoliendo algunas torres del complejo. Iniciativa que fue resistida por los vecinos que no entendían las nuevas estrategias de modernización.

El jardín de la república apache. El jardín 913 nació en abril de 1979, y como “resultado de la gran diversidad y mixtura de culturas que conformaban el barrio, la misma comunidad educativa eligió en 1985 el nombre de Latinoamérica, sintetizando de ese modo la identidad común que hermana a sus habitantes”, señala la historia de esas salitas.

“Tenemos unos 320 chicos, de 3 y 5 años”, cuenta la dire Inés. Los pibes, además de tener sus meriendas reforzadas, también se nutren con el laburo de profesores especiales de música y educación física, salas de música, ludoteca-biblioteca e informática.

En su proyecto educativo, los docentes del jardín afirman que “para que los niños puedan expresarse hace falta que los adultos sepan escuchar. Escuchar es intentar comprender, dar valor a las palabras”. También trabajan con una radio, implementada en base a la experiencia, que desde 1997 realizan profesores de la escuela técnica N° 4, vecina del jardín.

“Nuestra Comunidad pertenece a un estrato social bajo donde se observan: familias disgregadas, heterogeneidad cultural, dando paso a diferentes lenguas de origen (giros idiomáticos de países como Bolivia, Paraguay, Perú, etc.), menores en riesgo, además de situaciones de violencia familiar y social”, registraron en un diagnóstico docente.

Y ahí están, esas seños y profes que caminan de la mano de la gurisada por un día mejor. “Me gusta trabajar acá, me identifico con el lugar y hay que pelear”, afirma Inés, la directora de 44 años, que desde 1984 labura en la zona y vive cerquita, en Villa Pueyrredón.

El pibe Martínez. Carlitos Martínez nació el 5 de febrero de 1984 para ir a jugar a la pelota en la canchita del módulo 1, más chica que la de fútbol 5. El petizón y morrudo pasó por Estrellas del Uno, Santa Clara, Villa Real y All Boys. Jugando en el Albo, y tras un partido con Boca, el entrenador xeneixe pensó en llevarlo a su club.

Desde Boca lo tentaron, pero All Boys no parecía darle el pase. Entonces, las versiones dicen que se amenazó con usar la patria potestad y sacarlo del club cambiándole el apellido por el de su madre: Tevez. Los que saben, dicen que se pagó diez mil dólares por los derechos federativos.

En la Boca se ganó la adoración de La Doce siendo campeón de la Copa Libertadores en 2003, la Intercontinental y el torneo Apertura. Con la celeste y blanca fue subcampeón de la Copa América en Perú y estrella en los Olímpicos de Atenas, donde volvió con una medalla dorada. Luego vendría el desafío en Brasil, donde se transformó en ídolo por sus genialidades.

Millonario y todo, no se sacó las marcas del barrio. Así pasea su tatuaje en el pecho, una quemadura recibida de pibito al caerle el agua caliente de una pava, mientras su mamá lavaba ropa de otros.

"De no ser futbolista me veo cartonero. Sigo enamorado de Fuerte Apache. Mi infancia fue inolvidable. Me gustaría vivirla de nuevo. No me importa lo que digan. No me voy a olvidar de mis raíces”, dijo en una entrevista.

Con ganas de tragarse la cancha y morder la copa con sus dientes diseñados en juegos de niños, empuñó con soltura en sus patas la voluntad, habilidad y mañas. Hasta para esos argentinos con manías de afrancesados racistas -que claman por expulsar a los inmigrantes que no sean buenos futbolistas- el “maravilloso feo”, fue casi una insignia patria.

Ahora, los suburbios ásperos son reivindicados como criaderos de cracks, hasta en las publicidades actuales, parece que se ve y vende mejor a habilidosos entre el barro, que superhéroes en ridículas justas galácticas. Quizás no sea un reconocimiento al potrero, sino una nefasta recomendación: “con la pobreza se juega bien al fútbol”.

En Fuerte Apache, Tevez levantó a su barriada con la fuerza de los que no se entregan. Pero también lo hacían, apuntando a la resistencia colectiva, esos que nombraron “Cura Mugica” al lugar para reconocer la organización como herramienta. Esa misma tarea es la que intentan hacer los de la Asamblea surgida al entrar la Gendarmería a la barriada, y es a la vez el desafío de los trabajadores de la educación del jardín Latinoamérica, porque escuchan la voz de los pibes, para poder caminar juntos•








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